lunes, 17 de septiembre de 2012

Mourinho for president




La situación previa al partido era una trinchera mediática. Mourinho, general, durante toda su carrera ha sido lo suficientemente listo para crear enemigos comunes y generar así unión, no sólo entre el grupo de jugadores y entrenadores, sino entre jugadores, cuerpo técnico, directivos y afición. La fórmula había sido repetida hasta la saciedad por el portugués, siempre con fantásticos resultado; Sin embargo, José, observador, atisbó que esta vez había algo diferente. No se trataba de los malos resultados, qué también, sino de las sensaciones producidas en las cuatro presentaciones en Liga. “No tenía equipo” y algo necesitaba hacerse. John F. Kennedy, quizás, se encontró a sí mismo en una situación familiar hace 50 años. Su solución fue una lapidaria frase que pesaría en la conciencia colectiva estadounidense por muchos años: “My fellow Americans, ask not what your country can do for you, ask what you can do for your country ”. Mourinho, parcialmente, optó por lo mismo.  Habló de compromiso, de determinación y de espíritu colectivo. En realidad se expresó sobre la falta de los mismos. En otras palabras, Mourinhó invitó a sus jugadores a preguntarse no lo que su equipo puede hacer por ellos, sino lo que ellos pueden hacer por su equipo. Lo hizo públicamente, además, como aviso de que la Guerra Fría 2012-13 había comenzado.

Más allá de los valores comunicativos, psicológicos y motivacionales, José también movió fichas en el campo. Su equipo no está pensando y, peor, no está haciendo pensar. Están acelerados, nublados y, además, les falta intensidad. Los malos resultados conllevan a la histeria y había que protegerse. Ante el City el portugués optó por alinear un inédito 4-3-3 que en realidad era un 4-5-1, asimilando lo que Alex Ferguson hacía cada vez que quería el control emocional del partido y derribar al rival desde amenazas que podían materializarse o no. Ferguson contaba con Cristiano Ronaldo y Mourinho también. Casillas; Arbeloa, Pepe, Ramos, Marcelo; Xabi, Khedira, Essien, Özil, Modric; Cristiano Ronaldo. A la Guerra se va con tanques.

El desarrolló del partido fue el previsto. Desde el triángulo del mediocampo y los dos falsos extremos, el Real Madrid bajó las pulsaciones de su ataque y se obligó a sí mismo a pensar más, a pesar de ser menos dañino. No lo necesitaba. Con Cristiano Ronaldo cubriendo todo el ancho del ataque y estando tan cerca del área, y por ello de la acción de gol, el rival entraba en pánico por todo lo que podría o no ocurrir, y como el discurso sopesado del Madrid no sólo exigía que ellos pensaran, sino que el rival también debía hacerlo, todo confluía para que el equipo de Mancini cayera en el error en cualquier momento. Así fueron ocurriendo cada una de las acciones de los goles que decantaron el partido a favor de la casa blanca. El Real Madrid del caparazón y los misiles, que se protege con el balón y amenaza con ojivas nucleares made in Madeira, no es el mejor Real Madrid, pero, para la guerra lenta que se ha de luchar contra la mente propia y ajena, es el mejor Real Madrid que podía alinear Mourinho en la situación de extrema crisis.

El 3-0 fue justo y lapidario; fresco y renovador. Fue un partido de ensueño. No, en serio, fue un partido, literalmente, de ensueño porque no ha ocurrido y quizás no ocurra, pero no hace falta desear ser Mourinho y decir que si yo fuese él haría esto mañana contra los citizens. Y digo que no hace falta porque, seguramente, Mourinho lo piensa y lo hará, aunque puede que no sea en nuestro universo y que les toque disfrutar a los de alguna de nuestras realidades paralelas.

miércoles, 29 de agosto de 2012

Los gemelos fantásticos


Pepe y Ramos no son Zan y Janya y, por tanto, no pueden transformarse a voluntad en múltiples formas de agua o en cualquier animal del universo, respectivamente, ni suelen ser vistos chocando sus puños al grito de ¡Poderes de los gemelos fantásticos actívense! Tampoco hay pruebas hasta el momento de que puedan comunicarse telepáticamente, aunque bien valdría un estudio sobre el caso. Más allá de esos minúsculos detalles, y de que su lugar de procedencia sea la Tierra hasta que la ciencia lo desvirtue, la humana forma de sus orejas y su color de piel, los dos centrales del Madrid guardan mucha relación con los dos superhéroes de fabuloso universo de DC Comics.

Tal como Zan y Janya, es difícil encontrar dos centrales, personas en el caso de los dos extraterrestres, tan parecidos y distintos a la vez, tan complementarios desde la similitud casi extrema del concepto futbolístico que enmarca su juego, no sólo en la actualidad sino en la historia. Pepe y Ramos, la pareja de centrales que permite tirar la línea defensiva a alturas irreales, que corrige posicional y técnicamente hasta la más liviana de las imperfecciones, y que detiene cualquier apoyo y ruptura por imposición tiránica.

Pepe y Ramos son hoy más que una pareja de centrales, son una unidad, un sello, una marca registrada. Y son un acontecimiento histórico alimentado por el más histórico de los archienemigos. Lionel Messi se viste de supervillano en el cómic de los gemelos fantásticos del Real Madrid en una perfecta escena de antagonismo entre el defensa, Pepe-Ramos, que más lejos llega a defender y el delantero, Messi, que es capaz de atacar desde la mayor distancia.

Messi contará con su 'asistente', Alexis, que de '9' es dinamita para el sistema defensivo propuesto por el legendario central, mientras que los blancos no podrán tener entre sus filas a su Gleek particular, Coentrao (¡Quién llevará a Pepe en el cubo mientras vuela a lomos de Ramos!). En su lugar estará Marcelo, totalmente desentendido del duelo indirecto. Messi tendrá esa ventaja, pero habrá que ver en qué se convertirán los gemelos fantásticos, quiénes una vez pudieron vencer hasta a Superman.





martes, 28 de agosto de 2012

El pequeño Ronaldo


Tampoco hay que engañarnos. Ronaldo, el fenómeno, es único. Era un elegido del fútbol, sin más. Muriel no es eso, ni lo será nunca porque le hace falta talento, le hace técnica y le hace falta la anatomía ultrahumana del brasileño; Sin embargo, no hay jugador al que se le parezca más, ni delantero actual que más parecido sea a Ronaldo.

Muriel es el pequeño Ronaldo cuando cae a banda, recibe de cara y mide el regate dando pequeños pasos sobre el mismo lugar, como felino esperando el momento justo para atacar a su presa. Lo es cuando se desmarca en una ruptura de aspavientos y gritos ahogados, de todo o nada, de gol o error. También lo es cuando se frena y gira, cuando desacelera para cambiar de dirección y dejar defensas tirados, como en aquel gol a Francia, o cuando hace bicicletas y elásticas ya sea en velocidad o en estático. Su lenguaje corporal recuerda al que seguro es su ídolo, pues el delantero del Udinese hace parte de esa generación que vivió a Ronaldo desde la ingenuidad de la infancia, y su fisionomía también. Se parece a Ronaldo hasta cuando sonríe, aunque no tiene el carisma de el mejor '9' de la historia.

'Ronaldito' tiene gol. Tiene esa magia en el área, dónde se transforma y se convierte en un ser imaginativo, genial y certero, que distingue desde la distancia al brasileño. Luis Fernando aún no tiene la constancia del crack, vive de la inspiración, aunque cada día suma más matices a su fútbol. Tiene 21 años solamente, una bendición: El mundo del fútbol necesita a Ronaldo, aunque sea en imitaciones.


sábado, 25 de agosto de 2012

La escuela de la tortuga



Si se hiciera una encuesta entre todos los varones de la generación Y, compuesta por todos aquellos nacidos entre 1982 y 1995,  preguntando por los programas de televisión que marcaron su infancia, una gran mayoría incluiría a Dragon Ball, y sus derivados, en el top de la lista. La serie narraba las aventuras de Gokú, un niño con poderes sobrehumanos, amante de las artes marciales y que acompañado por sus inseparables amigos exploraba el mundo buscando artilugios mágicos llamados “Dragon Balls”. Dentro de su travesía, Gokú encontraría multitud de enemigos que, o bien querían las Dragon Balls para fines malvados, o buscaban la dominación del mundo, la galaxia o el universo. Para hacer frente a todos esos desafíos Gokú debía entrenarse constantemente con los más grandes maestros de artes marciales del universo, y su primer maestro fue Muten Roshi, de la escuela de la tortuga.

Hoy, en una realidad distinta a la del mundo de Dragon Ball y sus tortugas y dragones parlantes, existe una nueva escuela de la tortuga. Lejos de ser un estilo de artes marciales, la escuela de la tortuga de la que hablo es un equipo de fútbol, que juega en la Liga BBVA y esta semana debutó en Europa buscando un lugar en los grupos de la prestigiosa Champions League. El Málaga FC, ya sin el liderazgo institucional de un rey midas, sino de un jeque cuerdo y de bolsillo corto, y sólo movido por la batuta futbolística de Manuel Pellegrini y sus futbolistas, vive momentos críticos mientras lucha por no morir institucional y de seguir creciendo deportivamente con un equipo imperfecto, en el que niños tienen que suplir los lugares que hombres dejaron, ya sea porque se fueron o porque nunca llegaron.



En ese contexto asoma la figura imperial Jérémy Toulalan, el mediocentro con caparazón. El francés, que es el mejor jugador del Málaga, recuerda con su carismático lenguaje corporal, a juego con sus ya famosas canas, al Maestro de Gokú que siempre andaba con un caparazón en la espalda. Toulalan, a diferencia del mítico centrojás de andar erguido, juega encorvado, casi dando el aspecto de estar cansado desde el minuto 1.  A pesar de ello, Jérémy, caparazón invisible en la espalda, vuela para cubrir los huecos que los niños del Málaga, y el adulto cansado con alma de duende y corazón de niño, dejan. Como una barrera infranqueable, que está en todos lados y contra la que todos chocan, Toulalan recupera balones en el centro del campo, finiquita ataques rivales, a veces con sólo posicionarse y mirar, y le da empaque y seriedad a un equipo que juega bien, es vistoso, pero no asusta a contrarios en su área, sino que asusta a aficionados en la propia, Willy Caballero aparte.

Desde luego, Jérémy no es sólo el gran argumento defensivo de su equipo, sino que es uno más dentro del barroco juego que propone Pellegrini, en el que quién tiene la pelota piensa mientras se mueve “lento”, y todos los demás se mueven muy rápido. El exLyon agarra la pelota y decide con ella, es hombre activo de la circulación sinfín de los blanquiazules y es, sobre todo, la figura que los junta a todos.



El Málaga de la escuela de la tortuga ha ganado en los dos partidos que ha jugado hasta la fecha. Los niños Francisco Román, Francisco, Diego, Fabrice, Juan Miguel, Ignacio y Joaquín juegan y viven felices con sus espaldas cubiertas, sabiendo que Toulalan siempre estará allí. Los problemas de gol y profundidad, causados por no tener un 9 de verdad, los van a alejar de objetivos superiores. Pero ahí están. Juegan.

jueves, 5 de julio de 2012

España soberbia


Los odio porque se han robado lo que más quiero. Han secuestrado el fútbol, le han quitado azar y han terminado desafiando todo lo escrito en los últimos 100 años sobre este deporte. Da igual que en la final hayan practicado mucho mejor fútbol de lo que han hecho en los últimos cuatro años. Da igual que jugaran partidos terribles durantes años, llevando lo ilógico y antinatural al extremo, porque ganaban siempre. Odio el fútbol de la España de Del Bosque, que no de la de Aragonés, porque convierte en falsa la máxima que hace de este deporte bello, justo y poético. Aunque suene irónico decirlo después de su mejor partido, la España de Vicente nos lleva cuatro años diciendo que al fútbol no gana el que mejor juegue.

La soberbia es una virtud elevada, contrario a lo que se piensa hoy día. El ser soberbio es un convencido de sus virtudes, conoce sus defectos y es lo suficientemente inteligente para aceptar ambos y sacar provecho de los primeros, y esconder los segundos. España es un equipo soberbio, que no de juego soberbio, el cual sólo se vio en pocas oportunidades en la era Del Bosque, lo cual no es malo. Si la soberbia es virtud elevada del ser humano, también lo es, por consiguiente, para los jugadores y los equipos de fútbol. Todos los grandes equipos de la historia han sido soberbios, todos los grandes jugadores lo son y lo han sido. Para ser el mejor es necesario. España llevó el concepto más allá y, desde mi punto de vista, subjetivo y profundamente idealista, rompió los límites que la esfera fútbol había puesto como especie de “check and balance”  auto-regulador que controlaba sus vicios y potenciaba sus colosales virtudes.

Si bien es cierto que la Euro 2012 enfrentó en la final a, seguramente, los dos mejores equipos del torneo, y visto así, el triunfo de España no es nada transgresor de esa burbuja autoreguladora, el tema en realidad va mucho más allá. Así España hubiese jugador un partido calcado a su francamente mala actuación ante Croacia, hubieran ganado. Lo hubieran hecho, incluso, aunque Pirlo y Cassano hubieran rejuvenecido a 2004 o 2005. Es la misma historia de siempre. Desde el pitido final en 2008, España es soberbia, y, gracias a lo hecho por Pep Guardiola, Florentino Pérez y José Mourinho, sus jugadores han llegado a convertir esa virtud en una tiranía. Todos caen subyugados ante España más allá de que juegue mal, bien o brillantemente porque en la mente de los españoles está, reconocido como un hecho inapelable, que son no sólo mejores, sino superiores, y en la mente de los rivales esa superioridad también es notoria. Desde 2008 a 2012, España, o alguno de sus clubes, han ganado prácticamente todo. Su bloque fuerte está conformado por jugadores del mejor equipo de la historia, y de jugadores que han tenido la misión de luchar contra los mejores… Y han ganado algunas veces. Son super soldados acostumbrados a un grado de competitividad sin parangón, al menos en la historia de este deporte, desconozco en los otros, aunque me costaría creer que hay símil.

Analizar futbolísticamente a España es innecesario, improcedente y absurdo. Durantes años jugaron un fútbol de problemas endémicos que harían sonrojar a cualquier entrenador… Pero ganaron. Hoy ya ni siquiera está la excusa de la posesión interminable como método todopoderoso que los hacía invencibles. A Italia la humillaron sin ella. España no se entiende desde el fútbol porque los de Del Bosque han llevado este deporte a otra esfera, mucho más humana, es decir, a una esfera llena de miedo, duda, inseguridad y falta de convicción. En España esos conceptos son ajenos, extraños, inexistentes. Están por fuera y por encima de ello. Mientras los demás equipos se convierten en fieles copias de Clark Kent, España es Superman y ahí no hay color.

El fútbol nouscentrico, aquel que basa su poder en la mente humana y el control y desarrollo de las emociones, en lugar de aparatos futbolísticos convencionales pertenecientes al mundo ideal, esa esfera autoreguladora, ya existía. España ha hecho de él una tiranía legendaria, entre otras cosas, porque con este equipo pasa que, aunque vestidos de rojo no lo demuestren muchas veces, aquello que en sus mentes se dibuja es cierto: Son los mejores.

viernes, 27 de abril de 2012

Una historia de Guardiola y Pep


Lo mío con Guardiola ha sido extraño.



De niño le veía jugar por la TV, y estaba más familiarizado con los nombres que escuchaba por que los había oído o visto en el mundial, o bien, en algún videojuego, que por lo que en realidad hacían día a día en sus clubes. Eran los años en que empezaba de verdad a ver fútbol de forma sacramental. Me interesaba, sobre todo, la liga argentina. No tenía muchos años y ya había decidido que me gustaba River, me gustaba Aimar, me gustaba Saviola y no odiaba a Boca porque me sentía hipnotizado por uno de sus jugadores… Y porque en su equipo había tres colombianos. Era aún muy pequeño, y el fútbol europeo lo conocería después.

Con Guardiola volvería encontrarme en mi adolescencia. Era un yonki del fútbol, sabía el nombre de una cantidad de jugadores, equipos, entrenadores y hasta árbitros inimaginable y veía un montón de partidos de todos lados y épocas. Guardiola llegó a México tras un retiro espiritual en Qatar. Su llegada causó conmoción, cómo no, y, aunque sólo lo vi un par de veces, tampoco jugó mucho, quedé prendado para siempre. Fue como si la adoración ya existiera, pero estuviese esperando algún acontecimiento para despertar.


Descubrir que adoraba a Pep Guardiola fue un acontecimiento que cambió mi vida y no exagero. Amo el fútbol con locura y es la pasión de mi vida. Sueño, vivo, siento y pienso en fútbol  demasiadas horas todos los días. Esta noche misma, cuando aún no se sabía nada a ciencia cierta, soñé que jugaba al fútbol con la Reina de Inglaterra, y que era entrenador y enganche del equipo. Un sueño promedio nada más. Para alguien así, encontrar, en mi aventura tras el fútbol de Pep Guardiola, al que hoy es mi equipo favorito de todos los tiempos, y mi entrenador favorito de la historia, no es una nimiedad. Desandando sus pasos encontré al Dream Team, encontré a Cruyff, encontré al Ajax de van Gaal, y a la generación holandesa que había marcado mi afición por el fútbol en mundial y Eurocopa. Y no se detuvo ahí. Multitud de equipos que no disfruté en vida, pero que siento míos gracias a Guardiola,  formas de jugar, y de sentir, que hoy hago mías por adopción. No había ocurrido nada y Guardiola ya me había dado tanto.

Y también lo leía. Leía sus columnas en dónde fuese que las publicaran, leía las cosas que se habían escrito sobre él, Valdano y Trueba en la cabecera, y leía las que él había escrito sobre los demás; leía lo que decía en cualquier entrevista; leía lo que decían otros en entrevistas. Y volvía una y otra vez a los partidos que tenía de él, y de Cruyff, de Koeman, de Laudrup y Romário;  y de van Gaal, de Kluivert, Rivaldo, Figo y Frank de Boer.

Amó el fútbol y descubrir a Guardiola redefinió mi forma de entenderlo, de verlo, de amarlo, de pensarlo, de sentirlo, de vivirlo y de soñarlo. A través de él los encontré a todos, de una forma u otra, los que han moldeado el fútbol en mi cabeza y corazón. Eso, para mí, fue su paradigma, mi paradigma Guardiola particular.

Y un día, el Barcelona de Rijkaard se terminó de terminar, y Guardiola llegó y, sin titubeos, dijo adiós a Ronaldinho, Deco y Eto’o. Era el inicio de algo nuevo, algo distinto y algo que, dados los precedentes, me iba a enamorar. Para mi iba a ser como tomar el DeLorean del Dr. Brown y volver al pasado sin pisar el acelerador porque, lo que pasaba en realidad, es que ellos eran los que aceleraban y volvían al futuro para encantarme a mi y a tantos otros. Gallina de piel, dientes largos e ilusión de niño.


Ese verano de 2008, recuerdo leer, como leía desde un tiempo atrás, a quién hoy considero amigo gracias al fútbol (¿Gracias a Guardiola?), un artículo llamado “Guardiola sí, pero con matices”, en los que él, haciendo uso de toda la literatura que rodeaba la figura del imborrable “4”, describía lo que, seguramente, iba a ser el Barça de Guardiola a nivel conceptual. En ese artículo Matías Manna, el del blog que me sirvió para enterarme de todo, declaró que Abel lo había plagiado. Obviamente no fue así porque lo que Abel escribió ese día lo sabíamos todos, lo esperábamos todos. Que Manna también haya pensado y escrito lo mismo sólo era señal de unanimidad sobre lo que nos esperaba, que iba a ser grande, mágico y especial. Ninguno se imaginó que iba a ser tan grande, tan mágico y especial.

Pasaron cuatro años, un ciclo de vida institucional en fútbol, y demasiadas cosas acontecieron, quizás vimos al mejor equipo que alcancemos a ver en nuestra vida, y espero que aún me queden muchos años, vimos ascender al quizá mejor jugador de la historia de este deporte, vimos finales, duelos históricos, partidos de leyenda, jugadas bellísimas repetirse una tras otra en nuestra retina… Vivimos fútbol, muchísimo, del grande, del emocionante, del legendario y yo… ¡No me enamoré!




Sí, no me enamoré de lo que sucedió en estas cuatro temporadas que no olvidaré nunca. No me enamoré de algo que había empezado a amar antes de que empezara. No me enamoré de los viajeros del DeLorean porque nunca viajaron. Ni volver al pasado, ni volver al futuro. Pep fue otra cosa. Fue algo único y que no se volverá a repetir, fue vibrante y fue el mejor; sin embargo, personalmente, yo aún lo espero, porque sé que es demasiado bueno y genio para que no me enamore nunca de sus equipos.

Las razones de la tragedia, o tragicomedia, que resultó ser la era Pep en Barcelona, en la esfera absolutamente personal, son varias y ninguna en especial. Esperaba muchas cosas y Pep fue alguien distinto. Me dirán que ahí estaba todo: El juego de posición, la salida desde atrás, los triángulos, la defensa con el balón, los pases hacía atrás, la presión, el ‘9’ que juega de espaldas y junta al equipo, etc, e incluso el 3-4-3 y los extremos estuvieron. Pero algo era diferente.

He encontrado entre mis largas reflexiones y charlas con amigos, que quizá fue el pragmatismo. Ver a Pep rendirse una y otra vez ante la realidad de las cosas, tomar decisiones prácticas y efectivas que incluso cambiaban lo planeado, lo ideal que Pep tenía en su cabeza y que, seguramente, nunca vimos por muchísimos motivos, fue el gran vacío. Quizá fue que ganaran tantas cosas.

No lo sé y no quiero mentir. Puede que yo quisiera muchas cosas, pero eso no era lo importante. Es innegable que me divertí, que disfruté, que me quedé encantado muchas veces y que hubo demasiados partidos en los que salí sonriendo, con esa sensación de paz  y tranquilidad que da la felicidad pura. La última vez aquel día contra el Atlético.

Ahora que acabó,  y que todo empieza de nuevo, hay mucha ilusión (¡Que magnífico sentimiento es la ilusión!) y ganas por ver que hará en otro lugar – Porque seguirá entrenando, ama demasiado el fútbol y la vocación como para dejar de hacerlo - , pero, sobre todas las cosas, hay agradecimiento por lo vivido. Por Messi, por Xavi, por Iniesta, por Piqué, por Valdés, por Alves, por Busquets, por Pedro, por Henry, por Cesc, por Cuenca, por Tello, por Keita, por Abidal, por Puyol, Por Márquez, por Mascherano, incluso por Ibra, por Bojan o Chygrinski. Por lo que quiso hacer y no hizo, por lo que quiso hacer e hizo, por lo que no quiso hacer e hizo. Por Roma, por Wembley, por los clásicos, por el 2-2 ante el Arsenal, por la goleada al Bayern, por Noviembre, Diciembre y Enero. Por todo eso y más… ¡Gracias Pep!

Te esperamos. Te espero.

sábado, 14 de abril de 2012

Matrioska



Cuando aún la primavera se encuentra en plenitud, y el fútbol del mundo, por tanto,  disfruta de las jornadas que definen campeonatos y trofeos, me encontré con una estadística que confirma sospechas: El Real Madrid es el equipo europeo que, en promedio, necesita menos pases para marcar un gol. En un equipo que ha marcado más de 100 goles a falta de más de un mes para que terminen las competiciones oficiales, el dato resulta terrorífico.

Para ciertos sectores de opinión, por el contrario, la estadística citada sólo es una prueba más que delata al Madrid como culpable del delito de ser un equipo de individualidades determinantes, que sobrevive por ‘pegada’ y, sobre todo, que tiene poco juego. La conclusión es acertada, siempre de acuerdo al dato estadístico, sin entrar a dirimir sobre lo que realmente pasa en el terreno de juego, si se atiende al concepto de juego del que parte ese sector de la opinión. Para ellos el juego tiene, primero, un objetivo estético y lúdico superior, y, segundo, para cumplir con lo primero, el juego debe entenderse como un circuito de pases que configura una superioridad intrínseca frente al rival y, que para lograrse, necesita atesorar calidad técnica individual, paciencia y voluntad de espera a que ese circuito de pases proporcione ocasiones de gol.

Aunque respetable, como toda opinión, siento que dicha concepción del juego puede, y de hecho lo hace, llevar a error en la reflexión de lo que pasa en el terreno de juego. Más allá de cuestionamientos morales sobre la finalidad del fútbol como espectáculo, a los que en este blog se tiene por bien no hacer caso, el fútbol es un deporte competitivo en el que los sujetos en juego tienen como objetivo básico ganar. Esta premisa es, ineludiblemente aceptada por aficionados, jugadores, entrenadores y directivos, y argumentar en su contra es realmente engorroso: ¿Qué argumentos se pueden dar para obviar esa finalidad resultadista de este deporte? ¿Bastan los argumentos morales que hablan del fútbol como un fenómeno que debe divertir? ¿Y cómo definimos que divierte y qué no a toda la masa de aficionados? ¿Si a una masa de aficionados les divierte perder quedan legitimados entrenador, jugadores y directivos para hacerlo, en contra del orden natural del mismo deporte?

Otra cosa, claro está, es el artificial debate que se creó en el mundo del fútbol durante muchos años y que parece que hoy, ante el advenimiento de la era de la información, el avance en el conocimiento mismo del fútbol y la comunicación e intercambio de ideas entre la población interesada y la población con conocimientos, parece superado o en vías de superarse ¿Jugar bien ó ganar? ¡Jugar bien para ganar! Respondemos todos hoy, al unísono, ante tal pregunta.

¿Y qué se debate hoy, entonces? Pues se debate qué es jugar bien. En el blog he esgrimido con anterioridad detalles que pueden guiar a la respuesta que considero tiene una mayor pretensión de corrección.

El objetivo es ganar y a partir de ello empezaré a avanzar en el argumento a modo de matrioska. El objetivo es ganar y, para ganar, tienes que marcar goles y evitar que te los hagan. Hasta aquí, el argumento se ha desarrollado bastante obvio y es en este punto dónde, creo, empieza a residir el error de base de la concepción de juego del sector de opinión que quiero refutar.


En escritos anteriores he hablado del fútbol como un fenómeno complejo, en el que interactúan demasiados sujetos y aspectos que hacen del fútbol un deporte con variables que tienden al infinito. En ese escenario los entrenadores tienen una participación de absoluta importancia pues deben dotar a sus futbolistas de herramientas para enfrentarse a ese fenómeno complejo. El fútbol se convierte en una batalla intelectual, con decisiones allá o acá, siendo los jugadores las piezas una partida de ajedrez mucho más emocionante, variable, difícil, despareja y todo adjetivo que se le pueda ocurrir a uno para diferenciar el torrente de sucesos conexos que acaecen en el terreno de juego.

La pregunta a continuación en esta matrioska conceptual es, sin duda, ¿Cuáles son esas herramientas? Y la respuesta conveniente, aunque con matices que pertenecen a otro tema, es que esas herramientas son instrucciones, guías, ayudas, órdenes que faciliten a los futbolistas, como equipo y como individualidades, a crear ventajas y/o superioridades que permitan a)Plantear problemas al contrario b)Solucionar los problemas que plantea el contrario c)Minimizar las soluciones del contrario a los problemas planteados; siendo estos problemas y soluciones enfocados en a)Maximizar virtudes propias b)Minimizar defectos propios c)Minimizar virtudes ajenas c)Maximizar defectos ajenos.

Entonces, ¿Cómo se consiguen esas ventajas y/o superioridades? El fútbol como deporte plural y complejo, ofrece una multitud inquietante de respuestas, pues, si uno quiere entender el fútbol como un circuito de pases que configura una superioridad intrínseca frente al rival, resulta complicado entender, entonces, que se puedan crear superioridades y ventajas desde el movimiento sin pelota, que no significa que no se tome como referencia al balón, al espacio y al tiempo, en transición y fase defensiva, obligando a quien tiene el balón a tomar decisiones determinadas que como logren, como consecuencia, alguna de las opciones del párrafo anterior. La ventaja/superioridad es, en si misma, un escenario posicional-temporal que, junto a cualidades/defectos propias y del rival, acercan el gol propio y alejan el gol rival, y los métodos para lograrlas son tan plurales como el fútbol mismo hasta el punto que se puede establecer como regla general que es válida cualquier conducta, dentro de las reglas del juego, que permita llegar a ellas.

Aceptadas estas premisas ¿Es posible darle a una u otra forma de conseguirlas una superioridad intrínseca y meramente futbolística sobre otra?  La respuesta tiene dos caras. En primer lugar, hay que aceptar que, bajo ciertas condiciones, la administración del balón, el espacio y el tiempo desde la posesión de la pelota, la ocupación de espacios adecuadamente y una certera toma de decisiones en el tempo de cada movimiento colectivo e individual, tiene como resultado un dominio del juego tan alto que puede llegar a considerarse que es intrínsicamente superior a cualquier otra forma de juego que se desarrolle sobre la misma base (Balón, espacio y tiempo), pero con patrones de conducta distintos. Sin embargo, las condiciones necesarias para que se de dicha superioridad intrínseca han sido otorgadas a una minoría de futbolistas/equipos elegidos que nos lleva a descartar la adopción de esa forma de juego como regla general para este deporte, pues, en condiciones normales, incluso en la elite, no hay una forma de juego que, intrínsicamente, haya demostrado ser superior futbolísticamente a otra y, a partir de cada una de ellas se han conseguido maravillosos réditos que, desandando el argumento, podemos entenderlos como la creación de superioridades/ventajas en una jugada determinada; creación de superioridades/ventajas de forma continua que se traduzcan en el dominio de un partido; la anotación de goles y el poder evitarlos en una jugada, un partido y en general; y ganar partidos y campeonatos.

Es lo que vemos domingo a domingo. Equipos que quieren ganar siguiendo esa matrioska de conceptos de juego. 

viernes, 30 de marzo de 2012

Hace 10 años

Ayer jugó Raúl un partido emocionante que nos llevó al pasado. Como homenaje, saqué de la videoteca un partido al azar de su época dorada y me dispuse a escribir sobre él. Real Madrid, Bayern, Copa de Europa, Raúl, Fútbol. Con él no había trucos, sólo efectos sublimes, diría Giraudoux.

Llueve. El rumor bullicioso del Bernabéu colma el ambiente, es noche de Copa de Europa y se siente en las voces, en los silencios, en los ruidos, en las pieles. Se siente en el césped, en las líneas de cal y en las porterías. Es noche de Copa de Europa y el Madrid está perdiendo la eliminatoria. Son los minutos previos a una noche épica, una más en ese panteón de héroes.

Balón estrellado en movimiento, y el murmullo aumenta. Todos hablan, nerviosos, y de fondo, los ultras se hacen escuchar con un ¡Hala Madrid! Que otros pocos acompañan. El rival es el Bayern Munich, una jauría bárbara que corre, pega, grita y pelea sin descanso. Cierro los ojos un momento y entonces soy Zidane, soy Figo, soy Hierro y soy Solari. Oteo el horizonte y no veo nada más que rojo sangre por todos lados. Tengo miedo. Son sólo once, pero parecen el doble, mimetizados en ese cardumen carmesí. De repente, un fulgor blanco aparece en mi retina y sé que es él. El temor se ha ido y le lanzo convencido la pelota, el cardumen carmesí es ahora un rebaño asustado ante la presencia de un depredador y se dispersa dejando entrever el blanco. Jugamos.

Cierro los ojos nuevamente y ahora soy Kovač, soy Linke, soy Kuffour, soy Lizarazu. Vista concentrada en el balón mientras de reojo lo miro, está a mi lado. Ellos tienen el balón, pero dudan… Tienen miedo. Vamos ganando y no encuentran espacios entre tanto rojo. Pestañeo, de reojo vuelvo a buscarlo y ya no está. Se ha ido y no lo encuentro, giro la cabeza frenéticamente y ya lo veo, pero está muy lejos y no lo alcanzo. Ya el balón está muy cerca, tengo miedo y sé que el resto también. Es sólo uno, pero parece siete, moviéndose sin parar de un lado a otro, recibiendo siempre la pelota. Juega.

Abro los ojos y veo la escena repetirse infinitamente. El Madrid no encuentra espacios, no transita hasta que aparece Raúl, centelleante, y señala el camino. No se detiene nunca porque el fútbol mismo no lo hace. Está aquí y está allá, en la izquierda y en la derecha, arriba o abajo. Se mueve y ya el Madrid encontró espacios; Recibe, descarga y ya el Madrid transitó. La jauría gira en su busca, desorganizada y en pánico pues el gol aguarda como león cazando.


No es uno de sus grandes partidos, sino un encuentro rutinario de aquellos días en los que miraba a los ojos a cualquiera; Sin embargo, es el héroe magno de su equipo, y la pesadilla de no acabar para el rival. En el campo están tipos como Zidane, Roberto Carlos, Hierro o Figo, y ninguno está pesando tanto como lo está haciendo él. El fútbol se rinde a su homólogo, pues Raúl fluye en el juego como sangre en las venas.

La arena del reloj cae y no puedo evitar emocionarme. El Madrid tiene la pelota, pero sólo llega al balcón del área cuando encuentra a Raúl, que se mueve, juega, como un relámpago por todo el frente de ataque, activando espacios con cada desmarque y cada acción. El siete domina el encuentro y apabulla al Bayern que no logra anticiparle nunca… ¡y cómo podrían si ese fútbol responde a una sensibilidad irracional hacia el juego mismo que ninguno de ellos tenía!

Aferrados a él, el Madrid, en un monólogo sin interrupciones, consiguió finalmente el gol del éxtasis en el minuto 70 ante la impotencia bávara, que ya peleaba más que jugaba, y corría sin fe ante los movimientos de pluma de el jugador más decisivo del torneo. El partido terminaría 2-0, con asistencia de Raúl para el gol de Guti sobre el epílogo del segundo tiempo.

Fue una lección de fútbol, preludio de una más grande en la final, como la que daría 10 años después vestido de azul y blanco. 

jueves, 8 de marzo de 2012

Hipnotismo mágico o un amor con sabor a fútbol

Artículo que será publicado como parte de la 'Guía Libertadores 2012' de la web masliga.com


Dos clubes y casi cinco años después de su debut en el glorioso fútbol colombiano de la década de los 80’s, debutó para el equipo nacional como parte del último intento de Gabriel Ochoa Uribe para obtener el pase al Mundial de México 86’. Tenía veinticuatro años y era un ignoto para el universo futbolístico, más allá de su exitoso 1985 con el Deportivo Cali, en el que formó una sociedad que marcaría una época en el fútbol patrio al lado de Bernardo Redín. Sólo era el comienzo de la historia de amor entre la pelota y Carlos Valderrama, ‘El Pibe’.

Los dos años siguientes fueron los de la consagración internacional. Jugó sus dos primeras Copa Libertadores, las cuáles hoy debe mirar de reojo, quizá con recelo y frustración. Eliminado ambas veces por el América de Cali, subcampeón sempiterno del torneo,  Valderrama no logró asomar su talento en las fases finales hasta dentro varios años más. Su revancha tendría lugar en suelo argentino, la Copa América de ese año fue su trampolín al estrellato.

Cuatro exhibiciones de su talento multi-dimensional bastaron para que el futbolista que no parecía futbolista, con sus desaliñados rizos de oro, su carismático bigote, medias caídas y camiseta por fuera, fuese coronado unánimemente como Rey de América, en época de Maradona y Francescoli.

Bolivia, Paraguay, Chile y Argentina fueron testigos de la lentitud más veloz del universo. Tras su partido ante los entonces campeones del mundo, la prensa argentina se desató en elogios hacia el ‘10’ rubio: En el Monumental había magia. Fútbol pintado de casaca amarilla y densa melena rubia. Flaquito, medias caídas, algo chueco, brazos sueltos, pinta extraña, brillante con la pelota en los pies, espléndida su muestra futbolística. Carlos Valderrama, sabe lo que debe saber un número 10 y escribe la historia de un primer tiempo lleno de toques, tacos, gambetas y pelotazos, con toda la precisión”.

Y se quedaron cortos.

El fútbol de Valderrama fue tan hipnótico como brillante. Único e indescifrable, con su andar lento, desacelerado, pero de velocidad relampagueante. Valderrama con pelota era perfecto. Y entiéndase la afirmación. El desplazamiento en conducción del ‘samario’ era, en el mejor de los casos, poco veloz y determinante. Eso reducía su fútbol a uno mucho más homogéneo que el de otros ilustres enganches de escuela sudamericana, como Bochini, primero, o Riquelme inmediatamente después, sin contar a su contemporáneo Diego Armando Maradona. Con esas limitaciones físicas de base, todo lo que hacía ‘El Pibe’ era necesario y con sentido, e incluso devastador para el contrario.

El balón llegaba a él, y todo el escenario se disponía a cambiar. La capacidad asociativa de Valderrama respondió a la más pura élite histórica de este deporte, tanto por su calidad técnica y dominio del golpeo, con registros, distancias aparte, maradonianos, como por su mente maravillosa capaz de encontrar a sus compañeros a lo largo y ancho del terreno de juego. Es posible que durante muchos años, Maradona aparte, la maestría de Valderrama como cerebro y para encontrar espacios y huecos en las defensas rivales sólo encontrase rival en muy pocos jugadores, y no hubiese sido una locura decir que era el mejor en el arte.



Valderrama sobre el campo era líder futbolístico y emocional. Juntaba a sus compañeros entorno a él, emperador mundial de la pared como recurso para avanzar jugando. Cabeza fría y pies de hielo en los momentos en que el corazón tiende acelerarse y perder claridad, corazón guerrero para correr y ayudar en labores defensivas. El fútbol del ‘10’ desbordaba al rival, que nunca podían seguir su ritmo, sus pulsaciones ni sus decisiones. Recibía el balón y él, amo del tiempo, el engaño y la pausa, espera, giraba, pisaba la pelota y, como bailarín profesional, amagaba una y otra vez, pasaba su derecha alrededor del esférico, hasta que finalmente, casi de forma caprichosa, ya había reunido rivales suficientes cerca de él, para que los espacios en otro lado fueran mortíferos. Pasaba la pelota al delantero, al extremo, al mediocampista de al lado. El rival desorganizado, y el equipo de Valderrama con un evidente dominio posicional. Todo en una baldosa de pocos metros.

Y eso era el Valderrama con pelota. Mente sibilina de altivo proceder y místico accionar. Arte en slow motion, mas de rapidez altanera e inalcanzable. Bellísimo y conmovedor. El mundo se detenía cuando el cuero del balón chocaba con el cuero de sus eternas botas negras.

La antesala a todo la magia que acontecía cuando Valderrama, general rockero, avanzaba con su ubicuidad característica, pasó mucho más desapercibida. Su fútbol sin pelota sí era heterogéneo, pues hacía de todo para recibir la pelota. Valderrama fue también maestro en descansar sobre las zonas débiles de la transición defensiva de los equipos que enfrentaba, y por eso siempre reclamó mucho espacio. Ver a Valderrama era un ejercicio divertido ya que, además de lo que generaba con el balón, nunca podías advertir cual era la zona del campo en la que se movía. Lo veías recibir por dentro, bien en la frontal, en el círculo central o al lado del mediocentro. Por fuera, casi a cualquier altura y en cualquiera de las orillas. Con movimientos horizontales, tanto acercándose como alejándose del poseedor, o bien con movimientos diagonales por delante de la línea del balón. Valderrama siempre encontraba un lugar para recepcionar dentro de un contexto que le permitiera moverse con facilidad, incluso muy cerca del área.


Y, aunque obviamente no era un prodigio físico, tenía movimientos absolutamente inimaginables tras el primer contacto visual. Giro rapidísimos para recibir de cara o librarse de la marca, pisadas que evidenciaban un agilidad sorprendente  o bien movimientos de cadera para romper que parecían más propios de un extremo que del colombiano. Sí, todo eso en una baldosa, con pasos cortos que cubrían poco espacio. También es destacable su calidad como equilibrista, resistiendo embestidas, pero nunca perdiendo el balance ni el balón, incluso en el Mundial de Francia 98’ con casi 37 años. 

Hasta ahí el fútbol de ‘El Pibe’. Dominante y desbordante como pocos, tal y como puede atestiguar la selección inglesa de Bobby Robson, que lo sufrió en 1988, en un partido histórico y bellísimo. A Valderrama le faltó determinación más allá de su último pase. Su fobia al área, que un día Segurola describió con excelsitud, su pobre registro goleador y la lesiva falta de velocidad y aceleración en su conducción le privaron de ser un futbolista de mayor impacto en el fútbol mundial. Valderrama fue un ejército de espadachines, el más diestro quizá, en un mundo de tanques, cañones y bombas atómicas.

Su historia a nivel de selecciones es más que conocida, y su paso por el fútbol europeo, en el Montpellier y en el Vallalodid, se corresponde más con un futbolista de culto que con el de un futbolista ganador. Sin embargo, con el regreso al fútbol colombiano obtendría la redención.

Tras un breve capítulo con el Medellín, Valderrama se incorporó a la plantilla del Junior de Barranquilla. Ahí vivió tres años dorados, en los que volvió a ser Rey de América, ganó sus dos únicas ligas y rozó la gloria en la Libertadores 1994. Lideró a su equipo en el torneo hasta las semifinales, las cuáles perdieron por penaltis ante el posterior campeón Vélez Sarsfield. Estuvo a casi nada de grabar su nombre en los anales de la Copa, pero sus brillantes actuaciones se grabaron en la memoria.

“Jugar para ser recordados”, dijo un ya muerto genio brasileño.

lunes, 30 de enero de 2012

Dos detalles desde Colombia

Me encanta Giovanni Hernández, no es misterio. Es de los jugadores de la casa, y cuando un jugador de la casa marca su gol 100, y de la manera en que lo hizo G10, hay que homenajearlo:


También quiero dejar escrito mi ilusión por lo que pueda hacer Atlético Nacional. Tiene muchos jugadores de jugadas, sí, pero creo que pueden llegar a tener muchos minutos de buen juego por partido, y no sólo muchas buenas jugadas, como hoy. Por ahora, arrasaron al Cali.





Pases en la niebla


Hay partidos de fútbol que trascienden lo presente y, con el tiempo, se convierten en memorias y, como memorias, son preciados pedazos de alma de la persona que los atesora. 

No había nacido aún en el invierno argentino de 1987, y tampoco nacería hasta una buena cantidad de meses adelante; sin embargo, desde que vi aquel partido que Argentina, anfitriona y campeona del mundo, y Colombia, una terruño con historia, pero sin gloria, disputaron, equivalente al encuentro que definía el tercer y el cuarto puesto de la Copa América de ese año, que ganaría Uruguay, no pude borrarlo de mi mente. Y en memoria se convirtió.

La niebla, espesa, era dueña del Monumental de Nuñez. Las condiciones para jugar no eran las óptimas, pero el fútbol no suele hacer caso a factores como ese, y se presenta, indiferente, dónde sea que haya talento, un balón y un campo de fútbol. Jugaba Maradona, Dios del juego, y enfrente una valiente Colombia, que, cuchillo entre los dientes, y balón entre cuero y pasto, iba por su triunfo particular, semilla de un futuro éxito sin títulos, pero si muchas sonrisas. 

Colombia, sin temores, se asoma en el partido, aunque nerviosa, no encuentra aún a Valderrama, faro y conductor. Sin tapujos, aplica la curva Maturana, santo y seña de su discurso defensivo, en el primer ataque albiceleste. Sobreviven y es el impulso necesario. Comienzan pasarse la pelota, entre la niebla, y Argentina espera. No les interesa presionar a los centrales, y sólo hacen sombra al trío de mediocampistas que gobierna la base colombiana; sólo achican ante la recepción de Valderrama, que activa espacios en los tres carriles, buscando recibir, juntarse y desbordar. El samario se mueve por delante o por detrás de la línea del balón, lo hace indistintamente según la situación. Sus movimientos arrastran a sus marcadores, el desequilibrio se genera como una chispa, y Colombia ya junto tres, cuatro, 5 jugadores en el costado derecho, los argentinos se mueven en consecuencia, cierran espacios sobre la cal, dejando latifundios por dentro. Los colombianos tocan a uno, dos toques en espacio reducido, gambetean en una baldosa, para atrás, para adelante, engañan, distraen, juegan con la pelota y el espacio, sabiendo muy bien que este ya está ahí, aguardando. De repente, Herrera ve carril, conduce hacia adentro, Galeano, el 9 solitario, va al apoyo, y Gómez, uno de los dos interiores de el trío de mediocampistas, pasa por su espalda, recibe y dispara. Gol. Sólo van ocho minutos. 

El gol es una confirmación de creencias. Argentina ahora sí corre tras los centrales colombianos, y estos pasan la pelota, entre la niebla. Colombia juega a su fútbol único, coral, de movimientos en manada, en los que los once son una sola voluntad. Y ese juego va en contra de los conceptos que hoy dominan el panorama mundial. La circulación cartero, corro, te la entrego y me la llevo. El colombiano no se aleja para crear espacios, se acerca al poseedor, siempre, se juntan y, así, juntos, se la pasan, y de qué manera. La pelota va de un lado a otro, hacía atrás o hacía adelante. La acción riesgosa siempre es bienvenida, pero la pérdida no. La confianza en la calidad técnica en el espacio reducido es emocionante, todo lo hacen en una pocos metros, a un ritmo que sólo siguen ellos, con pulsaciones bajas. Valderrama, inspirado, ataca los espacios débiles de la defensa celeste y blanca, recibe y detiene el tiempo. Amaga, la pisa, gira... El tiempo se detiene y el '10' se convierte en una ilusionista. Entre más lento se mueve, más rápido juega su equipo y más sufre su rival. No se la pueden quitar, le hacen faltas, y cada infracción es una pequeña batalla ganada. Todo lo que hace Valderrama tiene sentido, y todo lo que hace es bueno para su equipo.

Y llegó el minuto veintisiete. Higuita, con sólo dos décadas de vida, saca largo, larguísimo. La cámara se pierde, y vuelve para que veamos a Valderrama asistir a Galeano, en la primera vez que Colombia pisa área contraria, quién define. El '9' solitario, que había jugado un buen partido, yendo al apoyo, o desmarcándose para dar aire a los cinco centrocampistas, inscribía así su nombre en la historia de una nación. Colombia ganaba por dos goles al equipo campeón del mundo, era cierto, y, además se gustaba. Cada vez tocaba mejor, y cada vez se gustaba más. Y Valderrama... era feliz. "Juega bien, el del 'African look'". Era su presentación. Ese año sería galardonado como mejor jugador de América.

Con el fin del primer tiempo, terminaba lo que hoy hace parte de mis memorias más felices. En la segunda mitad, la tiranía de Maradona haría estragos con el circuito de pases colombianos en la neblina argentina. Fueron 45' minutos de resistencia, de apoyos, de curvas y jugadas. 

El partido terminó 2-1, pero, como siempre, eso es lo de menos. Yo fui feliz con los pases entre la niebla, la pausa irreductible y la circulación de cartero, que diría Cruyff.

miércoles, 25 de enero de 2012

Pensamientos en voz alta



Clásico va, clásico viene, y el entorno, crispado, exaltado y enojado, unos heridos en su orgullo, otros orgullosos de una falsa superioridad moral, atacan, gritan y vociferan por doquier. Las palabras se repiten como paredes en un laberinto sin entrada ni salida, y las guerras dialécticas se toman el centro de una discusión que cada día se aleja más del fútbol y que, cuando pretende acercarse a él, se enfrenta a magistrados con prejuicios y megáfono, que defiende desde su atril reflexiones llenas de ventajismo, con un tufo a querer hacer coincidir a los hechos con preconcebidas opiniones y no a las opiniones con lo acontecido en el campo.

En ese abominable ambiente, perdedores de corazón débil, ganadores, bien incapaces de reconocer virtud al gallardo rival al que casi siempre han vencido, bien afanados de reafirmar no sólo su superioridad futbolística, que es real, sino adentrándose en batallas morales e ideológicas, y neutrales sin motivos objetivos, confluyen todos para atacar a José Mourinho.

Lo acusan de todo. De aquello sobre lo que tiene control, de aquello sobre lo que no tiene; de aquello de lo que es culpable único, de aquello de lo que es culpable compartido y de aquello de lo que no es culpable. En palabras de muchos, el portugués es la caja de pandora del fútbol, que Florentino se atrevió a traer a la liga BBVA y a abrirla, liberando todos los demonios que aterrorizan al fútbol en España. Y Mourinho genera todo eso. Su personalidad arrolladora lleva a que lo odies, o lo ames. Engreído, arrogante, satírico, políticamente incorrecto, defensor a muerte de los suyos, genio. 

Aún así, más allá de José Mourinho, El personaje, está José Mourinho, El entrenador. Y si en la primera versión es increíble, en la segunda es... El mejor. Las opiniones contrarias a esta, la mía y la de muchos con los que suelo hablar de fútbol, cada día, cada hora, son más que respetables. Los que lo ponen segundo, tras Guardiola, tienen argumentos muy sólidos y fuertes para defender esa postura. Aquellos, y son muchos, lastimosamente, que denigran de él, y lo achacan de mezquino, violento y demás "atributos" de carácter peyorativo, no sólo no conocen, y en demasiados casos porque no quieren hacerlo, al luso, sino que, y permítanme la incorreción política, es falso e intolerable, por decir poco.

Mourinho llegó a una liga española que cocinaba a uno de esos equipos que se merecen el rotulo de "mejor de la historia". Tercer año de proyecto blaugrana, primer año de proyecto madridista en manos de Mou. El Barcelona llegó a su cenit tras vapulear 5-0 a un incipiente Real Madrid, que ya, en muy poco tiempo, jugaba muy bien al fútbol. Luego vendría el play-off, 4 partidos en un mes en los cuáles la figura de Mourinho brilló, y brindó dosis de fútbol, vía propuestas tácticas y futbolísticas, para hacer frente al equipo de Guardiola. Cuatro partidos que tuvieron como climax la final de la Copa del Rey, y que dejaron muy en alto el nombre, tanto de casi todos los futbolistas que los disputaron, como de ambos entrenadores. Un maravilloso mes de fútbol, de proposición de problemas y soluciones, de fútbol, fútbol, fútbol.  Dónde unos quieren ver a un tipo mezquino hacía este deporte, se pierden a un entrenador capaz de regalar y regalar fútbol para aquellos que, prejuicios atrás, quieran disfrutarlo.

Este curso, por ejemplo, mientras Guardiola compite y trata de experimentar, Mourinho ha logrado que su Real Madrid evolucione. Su equipo juega un fútbol titánico, que ya hemos descrito en entradas anteriores. Mas, dónde el Real juega, y mucho, son varios quiénes niegan virtud cualquiera al equipo merengue y su polémico entrenador. Le niegan su logros, amplifican sus errores, que, obvio, comete como todos, y le añaden cosas que no ha cometido. 

Y son los Barcelona - Real Madrid, o Real Madrid-Barcelona, los escenarios perfectos para que esta carrera de desprestigio tome lugar en atriles más altos y megáfonos con más decibelios. El Real Madrid, equipo colosal, se enfrenta al mejor Barcelona de la historia, con una serie de ventajas estratégicas que hacen muy difícil la labor de Mourinho. Genio, como es, evoluciona, diseña y plantea siempre nuevos escenarios desde los que dañarlos, pero Pep, genio, también, reacciona y pone de plano sus ventajas. 

Describir, cronologicamente, la evolución táctica del clásico, desde el Alves vs Di María del minuto 5 del primero de los duelos, hasta el 1+3 de Guardiola para defenderse del Real Madrid del 3-3-1-3, sería, seguramente, una actividad extremadamente interesante y enriquecedora, pero hoy, ante la avalancha de lecturas que no tienen en cuenta la multitud de factores con los que se enfrenta Mourinho, creo más importante resaltar las premisas del partido, las preguntas desde las que nacen las respuestas, brillantes, de los dos mejores entrenadores del planeta, y que han llevado a la ya citada evolución. 

La premisa más importante, y la más cacareada, pero no por eso más interiorizada, es que el Barcelona va a tener la pelota. En toda la historia del balompié no hay un equipo más preparado técnica, táctica, física y futbolísticamente para tener el balón, y tampoco más predispuesto a hacerlo. Sólo hay un balón y el Barcelona lo monopoliza. El Madrid, a pesar de ser un equipo de transición, necesita el balón. Esta diseñado para tener la pelota muchas veces, y sus partidos así resultan. Cuando no tiene el balón sufre, y se ve desnaturalizado, en mayor o menor medida dependiendo del contexto. Ambos equipos se adaptan a su rival, más, o menos, pero sólo el Barcelona tiene poder para desnaturalizar al otro. 

¿Y no tiene armas el Madrid para ganar la posesión? No. El fútbol, en su amplitud y pluralismo, da para todo. El Madrid tiene futbolista de élite, de calidad contrastada, mas su juego se desarrolla y se potencia de otra forma. Los mejores futbolistas del Madrid sienten un fútbol distinto al de los futbolistas blaugranas, con la gran excepción de Benzema, y quizá Xabi Alonso y Marcelo. Y el Madrid, como institución misma, tiene una sensibilidad distinta. Aunque el Madrid, y sus futbolistas, necesitan del balón, sienten un fútbol mucho más agresivo, vertical y directo. La paciencia del Barcelona no existe en el Madrid, y no es un ataque a los merengues, sino un simple ejercicio de distinción. El Madrid disfruta creando ocasiones, corriendo y haciendo correr hacía atrás a su rival, golpeando de forma consecutiva y sin parar. Puede que suena a argumento débil, pero la realidad es que si el Real Madrid inténtase tener la pelota más que el Barça, necesitaría hacer cosas que aburrirían a sus futbolistas. Y lo peor que un entrenador puede hacer, es ir en contra de las necesidades de aquellos a quiénes dirige.

Y así llegamos, al tercer punto: Messi. El Barcelona cuenta en sus filas con Lionel Messi, posiblemente el mejor futbolista de la historia, y el más resolutivo, esto sí sin dudas. El argentino tiene la curiosa capacidad de crear peligro de gol con su simple recepción, en casi cualquier parte del campo, en un deporte de pocos goles, en los que triunfa el detalle. Este, argumento potentísimo, deja casi sin opciones a Mourinho. Si nos trasladamos al Ajedrez, es como si, desde el inicio de la partida, Pep tuviese una Reina y Mourinho no, e incluso, peor. La capacidad resolutiva de Lionel Messi es lo más diferencial de la historia de este deporte, y en las semis de la Champions, así como en el primer clásico liguero de la temporada 2011-2012, el argentino lo dejó bien claro. 


Como defender a Messi se vuelve un imperativo no negociable, las opciones de destaparse en campo propio y defender la posesión de los de Pep, desde la salida misma del equipo blaugrana, buscando una pérdida en campo contrario y establecer ráfagas de ataque posicional, planteamiento pedido a gritos por cierto sector de la afición, se vuelve de difícil ejecución exitosa. Como dijo Abel Rojas por twitter, el Barça del 70% de posesión hace menos daño que Messi, y las opciones del Madrid se reducen si se le dan facilidades al rosarino.

¿Y qué pasa si Messi no aparece en el partido con el fulgor habitual? Hoy la respuesta es distinta a la de hace un año. La temporada 2010-2011 fue el mejor año de Xavi, en el que se consagró como futbolista y tuvo más peso que nunca en su carrera, llegando a condicionar, y mucho, los partidos con más contenido futbolístico posibles actualmente. Y los condicionaba desde la posesión defensiva. Xavi no la pierde nunca y es capaz de hacer que en un partido no pase nada. Si el Madrid triunfa en su discurso más natural y agresivo, generando ocasiones, transitando con un buen volumen ofensivo, y Messi no le gana el partido al Barcelona, la opción Xavi aparecía, y en el partido dejaban de haber ocasiones, el Madrid dejaba de generar pérdidas blaugranas y termina cediendo ante Xavi que, jugando a que "no se juegue", retomaba la naturalidad al Barcelona, que, con el peaje de perder profundidad, salvo la activación de Iniesta, se sentía cómodo. Esta temporada Xavi no ha aparecido con la grandeza de la anterior, y el Barcelona ha comenzado un proceso de evolución hacía otra cosa, como ya lo hiciese durante la segunda parte de la temporada 2009-2010. Sin Xavi 10/11, incapaz de imponerse en el campo, aparece Iniesta. En el partido de ida, el Madrid no apostó por la versión que más gusta a la prensa especializada, pero Messi no estuvo, y aunque condicionó, y decidió, fue Iniesta, además de Alexis, de quién hablaré más adelante, quién destruyó el sistema merengue. Iniesta no es recepción-gol, pero es un cuchillo que recibe por fuera, corta por dentro y planta a su equipo en la frontal, sin que el rival pueda reaccionar. Y eso es un precio pagable, pero se parte de un supuesto imposible: Messi, en su peor día, es capaz de decidir cualquier partido de fútbol.

Durante el play-off, Mourinho logró controlar el fútbol del argentino desde una dirección magnífica. Las premisas anteriores marcaban claramente las respuestas tácticas de Mourinho, y su solución se basó en la concentración de fútbol del Barcelona en sólo tres futbolistas separados por muy pocos metros. Mourinho dispuso a su equipo para defender la recepción de Xavi, Iniesta y Messi, expulsando a los primeros a zonas dónde no hacen tanto daño, dificultando su recepción de cara y desactivando a Messi tanto como por la presión interior, como por la libertad que tenían los centrales del Madrid para salir a anticiparlo. El Madrid logró dominar, transitar y dañar al Barcelona, generando un volumen ofensivo generoso que hizo creer al equipo, activándoles emocionalmente el día de la final de Copa para los 45 minutos de repaso culé en la segunda parte. Mourinho había aceptado la desnaturalización gradual, había abrazado las virtudes y los principios futbolísticos fundantes de su equipo, y había sacado un gran planteamiento, insostenible tantas veces seguidas, pero que les dio mayor dominio global en los primeros 200 minutos del play-off.... Y un título.

Y entonces el Barcelona fichó a Alexis Sánchez. En un principio pensado para la acción individual por fuera, como extremo, para corregir la falta de determinación y poder de atracción que tuvo el Barça en los costados, que bien aprovechó Mourinho para reforzar su defensa del triángulo de fútbol azulgrana. Sin embargo, tanto la evolución del propio Barcelona, como la del Madrid, llevaron a pensar a Alexis en un rol distinto. Con Messi abandonando el rol de falso 9, jugando con muchísima más libertad por todo el frente de ataque, Guardiola inició con Cesc llenando el vacío en el área, pero el 10 de diciembre se presentó con Alexis de 9. El chileno y su actividad, apoyo, arrastre y ruptura se codeó con la pareja de centrales merengue, dando una mayor libertad a Messi de la que el mismo planteamiento del Madrid le daba. El Madrid anuló colectivamente al Barcelona, lo desnaturalizó por primera vez y sólo una mala actuación de varios de sus hombres clave, y lo bien, y exageradamente bien, respectivamente, que jugaron Alexis y Messi sostuvieron al Barcelona.

¿Y qué pasó? Messi. El argentino no sólo fue insultantemente superior al resto de futbolistas, clarificó la vía al gol del empate culé, sino que además materializó la superioridad emocional del Barcelona sobre el Madrid y es este, y no otro, el factor que da pie a las goleadas y baños futbolísticos. El Madrid tiene, ante el Barça, una mente de cristal, y ante el primer golpe culé, el primer slalom imparable de Messi o cualquier golpe anímico, desaparece del partido. Así pasó en el 5-0, pasó en las semis de Champions, pasó en el partido de liga y pasó en la idea de cuartos de Copa. Sólo en la final de Mestalla, dónde unos pletóricos 45 minutos dieron un colchón emocional fortísimo y suficiente para soportar la posterior embestida del Barça, y en los dos partidos en los que Mourinho no tenía nada que perder, en primer partido del play-off, pues la liga ya estaba virtualmente sentenciada, y en el partido de esta tarde, el Madrid pudo superar la ligereza mental que lo atormenta y competir hasta el último minuto. Allí está la gran deuda de Mourinho, y no en sus planteamientos que, salvo el 5-0, fueron todos correctos y exigieron al Barcelona.


Cabe destacar, finalmente, que el partido de hoy y su éxito mediático, están condicionados. Y lo están porque el Madrid no se jugaba nada, ya estaba perdiendo, podía permitirse el error y podía permitirse a Messi. Lo hicieron, y dominaron, fueron más que el Barcelona, salvo en los brillantes 15 minutos finales, y, tal como en la prórroga de la final, pusieron al Barcelona contra las cuerdas. Y, aún así, no ganaron. Messi desequilibró y el Madrid lo soporto anímicamente por las condiciones especiales del partido. En un contexto normal, tras el primer slalom de Lionel, el Madrid se hubiese derrumbado.

El reto al que se enfrenta Mourinho no tiene parangón en la historia. Ninguno de los grandes equipos que coincidieron en época con uno mucho más grande, convivió tan cerca con el otro. El Real Madrid se enfrenta al Barcelona a diario, y el impacto emocional es mucho más profundo y marcado. Cuando Mourinho, por fútbol, se ha acercado, el Barcelona lo ha desactivado por la superioridad emocional que posee. Es un reto no sólo futbolístico, o táctico, parcelas en las que Mourinho ha rozado muchas veces la excelencia, es algo mucho más grande. 

Enfrente el mejor equipo de la historia, el mejor jugador de la historia y un entrenador de leyenda. Y compiten. Se merecen mil aplausos.