Corría el verano de 1990 cuando Colombia debutaba en los mundiales a color. Lo hacía con una generación tan talentosa como pintoresca, y con un juego tan bello como bueno. Cada partido se convertía en una oda al pase y al centrocampismo. Más de 20 años después, la selección Colombia visita Europa, esta vez Madrid, para medirse a una campeona del mundo, bandera, también, del pase y centrocampismo, aunque opaca en el arte de jugar bien, alejados, y mucho, del clímax que significó la Eurocopa 2008 ganada por La Roja.
Aún así, el partido sigue siendo lo que es. Un encuentro amistoso entre la selección campeona del mundo y una selección que no ha clasificado a los últimos tres mundiales y no ha logrado superar ni el adiós de su jugador insignia ni de su generación dorada.
No tiene Colombia hoy, ni siquiera, lo que tuvo inmediatamente después de Francia 98’, torneo dónde cayó el telón de los Higuita, Álvarez, Valderrama, Rincón y Asprilla. No tienen uno de los mejores porteros del mundo en el multicampeón Óscar Córdoba, ni la única pareja de centrales, Córdoba-Yepez, de toda América que se puso a la par de la de Brasil, campeón del mundo, y Argentina, tierra de Roberto Ayala. Hoy Colombia es un equipo formado por una generación que hace cinco años ilusionó y que se ha quedado en casi nada. Tiene jugadores en Europa, varios, y varios de ellos importantes en sus equipos; Sin embargo, no pasan de ser un combinado de jugadores que conforman el numeroso grupo de futbolistas que anteceden a la gran élite, y de este último grupo, la gran élite, está conformada la selección española.
Más allá de eso, que no se confunda usted, amigo lector, ver cualquier partido de Colombia tiene sus ventajas para el espectador. No juegan bien, conjugan ramalazos de inspiración con momentos de total desorden, pero siempre ofrecen una razón de peso para aguantar esos noventa y tantos minutos de inconsistencia.
Espigado, normalmente andando si no tiene la pelota, moviéndose en los últimos 30 metros la mayor parte del tiempo, ahí, estimado amigo, ahí encuentra usted la razón por la que gastar dos horas de su tiempo y, en el peor de los casos, sus euros, para ver el partido. Se llama Giovanni Moreno, tiene 24 años, juega en Racing, el grande, no el que usted conoce, y jugó en Atlético Nacional, dónde es ídolo de masas.
Si es el mejor jugador colombiano actualmente, es difícil de decir, pero, como colombiano, sé que el es la llave de la ilusión. Su fútbol es el fútbol de la sudamericana profunda y mística, ese mismo que nos ha regalado joyas de antología como Ricardo Bochini o Enzo Francescoli.
No es exacto definirlo como el clásico 10 sudamericano, a pesar de que se le compara con Riquelme, pues se trata de un futbolista menos dado a la asociación y la circulación, además de que encuentra lo mejor de su juego en las áreas cercanas al área. Esto no se debe confundir con que Giovanni es incapaz de ejercer de ‘10`, todo lo contrario, pero con él pasa como con muchos futbolistas que se encuentran entre los límites que separan al centrocampista del delantero, y, como siempre se suele hacer en estos casos, hay que plantearse en que circunstancias daría el futbolista lo mejor de sí. En el caso de Moreno es, seguramente, con un 9 adelante y un 10 por detrás.
Y el chico es un crack. Un repertorio técnico completísimo con pisadas, elásticas, túneles, rabonas, bicicletas, controles y un largo etcétera de gestos técnicos de una belleza superlativa que siempre acompañan su fútbol. Recibe, la pisa, la aguanta, espera el momento justo y crea la ventaja. Pases deliciosos tanto en apoyo como en profanidad, la zurda más fina desde que Rivaldo se fue a Uzbekistán, gambeta netamente sudamericana, corta, a pesar de la zancada larga, y de muy lento a lento, cambio de ritmo tan efectivo y letal como el del europeo que va de muy rápido a rapidísimo. Además tiene talento. Interpreta bien las situaciones con balón y suele decidir bien, basado en una gran confianza en sus condiciones, siempre generando ventajas para su equipo, ya sea desde la acción individual o desde su buen sentido del pase y la pausa.
Y tiene carencias, claro está. Físicamente es privilegiado, pero carece de velocidad diferencial. En Sudamérica conjuga su talento con sus condiciones técnicas y físicas, y es diferencial así, pero en Europa tendría problemas pues físicamente sería “uno más”. Además es un talento cuasi-salvaje. El trabajo de inferiores sobre Giovanni fue eminentemente técnico, y nunca se trató de que el fuese más allá, nunca se le cambió de posición, y nunca hubo un trabajo específico sobre su fútbol sin balón. Era simplemente muy superior en el contexto colombiano y no lo necesitaba. En Argentina ha evolucionado mucho en su capacidad para crear líneas de pase hacía él, ya sea por fuera o por dentro, y para aprovechar los espacios muertos. Lo que para Riquelme es tan natural como desayunar, le resulta un sufrimiento a Giovanni, producto de su tarde explosión y exposición a contextos futbolísticos más exigentes. Esa adecuación de su talento a las condiciones competitivas de la élite suponen un pero en su carrera; Sin embargo, dicha condición especial no resta un solo ápice de su enorme talento, nada despreciable para cualquier equipo no Champions League de España o Italia.
Y ahí estará el miércoles. Exhibirá su fútbol de inspiración sudamericana, y no de constancia centroeuropea, y quizás gane su pasaje definitivo para que usted, amigo lector, lo disfrute todos los fines de semana. Mientras tanto, en Sudamérica nos deleitamos.
Guardando las proporciones (gigantes ellas) "El flaco" se parece un poco a Rivaldo, alto, desgarbado y con una zurda fenomenal. Lástima que como "El Bolillo" es la máxima expresión de mediocridad del fútbol mundial, no se aproveche a este jugador. Hace mucho tiempo no tenemos un jugador que pueda resolver con una genialidad individual, a estos jugadores no se tocan, se les hace la vida más fácil, pero "El Bolillo" le quita un 9 que sea su referencia, le quita un organizador que le facilite la esférica, lo pone a defender...en fin.
ResponderEliminarMuy buen blog. Siguiendo en Twitter. Saludos.