Ayer jugó Raúl un partido emocionante que nos llevó al pasado. Como homenaje, saqué de la videoteca un partido al azar de su época dorada y me dispuse a escribir sobre él. Real Madrid, Bayern, Copa de Europa, Raúl, Fútbol. Con él no había trucos, sólo efectos sublimes, diría Giraudoux.
Llueve. El rumor bullicioso del Bernabéu colma el ambiente, es noche de Copa de Europa y se siente en las voces, en los silencios, en los ruidos, en las pieles. Se siente en el césped, en las líneas de cal y en las porterías. Es noche de Copa de Europa y el Madrid está perdiendo la eliminatoria. Son los minutos previos a una noche épica, una más en ese panteón de héroes.
Balón estrellado en movimiento, y el murmullo aumenta. Todos hablan, nerviosos, y de fondo, los ultras se hacen escuchar con un ¡Hala Madrid! Que otros pocos acompañan. El rival es el Bayern Munich, una jauría bárbara que corre, pega, grita y pelea sin descanso. Cierro los ojos un momento y entonces soy Zidane, soy Figo, soy Hierro y soy Solari. Oteo el horizonte y no veo nada más que rojo sangre por todos lados. Tengo miedo. Son sólo once, pero parecen el doble, mimetizados en ese cardumen carmesí. De repente, un fulgor blanco aparece en mi retina y sé que es él. El temor se ha ido y le lanzo convencido la pelota, el cardumen carmesí es ahora un rebaño asustado ante la presencia de un depredador y se dispersa dejando entrever el blanco. Jugamos.
Cierro los ojos nuevamente y ahora soy Kovač, soy Linke, soy Kuffour, soy Lizarazu. Vista concentrada en el balón mientras de reojo lo miro, está a mi lado. Ellos tienen el balón, pero dudan… Tienen miedo. Vamos ganando y no encuentran espacios entre tanto rojo. Pestañeo, de reojo vuelvo a buscarlo y ya no está. Se ha ido y no lo encuentro, giro la cabeza frenéticamente y ya lo veo, pero está muy lejos y no lo alcanzo. Ya el balón está muy cerca, tengo miedo y sé que el resto también. Es sólo uno, pero parece siete, moviéndose sin parar de un lado a otro, recibiendo siempre la pelota. Juega.
Abro los ojos y veo la escena repetirse infinitamente. El Madrid no encuentra espacios, no transita hasta que aparece Raúl, centelleante, y señala el camino. No se detiene nunca porque el fútbol mismo no lo hace. Está aquí y está allá, en la izquierda y en la derecha, arriba o abajo. Se mueve y ya el Madrid encontró espacios; Recibe, descarga y ya el Madrid transitó. La jauría gira en su busca, desorganizada y en pánico pues el gol aguarda como león cazando.
La arena del reloj cae y no puedo evitar emocionarme. El Madrid tiene la pelota, pero sólo llega al balcón del área cuando encuentra a Raúl, que se mueve, juega, como un relámpago por todo el frente de ataque, activando espacios con cada desmarque y cada acción. El siete domina el encuentro y apabulla al Bayern que no logra anticiparle nunca… ¡y cómo podrían si ese fútbol responde a una sensibilidad irracional hacia el juego mismo que ninguno de ellos tenía!
Aferrados a él, el Madrid, en un monólogo sin interrupciones, consiguió finalmente el gol del éxtasis en el minuto 70 ante la impotencia bávara, que ya peleaba más que jugaba, y corría sin fe ante los movimientos de pluma de el jugador más decisivo del torneo. El partido terminaría 2-0, con asistencia de Raúl para el gol de Guti sobre el epílogo del segundo tiempo.
Fue una lección de fútbol, preludio de una más grande en la final, como la que daría 10 años después vestido de azul y blanco.
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