viernes, 27 de abril de 2012

Una historia de Guardiola y Pep


Lo mío con Guardiola ha sido extraño.



De niño le veía jugar por la TV, y estaba más familiarizado con los nombres que escuchaba por que los había oído o visto en el mundial, o bien, en algún videojuego, que por lo que en realidad hacían día a día en sus clubes. Eran los años en que empezaba de verdad a ver fútbol de forma sacramental. Me interesaba, sobre todo, la liga argentina. No tenía muchos años y ya había decidido que me gustaba River, me gustaba Aimar, me gustaba Saviola y no odiaba a Boca porque me sentía hipnotizado por uno de sus jugadores… Y porque en su equipo había tres colombianos. Era aún muy pequeño, y el fútbol europeo lo conocería después.

Con Guardiola volvería encontrarme en mi adolescencia. Era un yonki del fútbol, sabía el nombre de una cantidad de jugadores, equipos, entrenadores y hasta árbitros inimaginable y veía un montón de partidos de todos lados y épocas. Guardiola llegó a México tras un retiro espiritual en Qatar. Su llegada causó conmoción, cómo no, y, aunque sólo lo vi un par de veces, tampoco jugó mucho, quedé prendado para siempre. Fue como si la adoración ya existiera, pero estuviese esperando algún acontecimiento para despertar.


Descubrir que adoraba a Pep Guardiola fue un acontecimiento que cambió mi vida y no exagero. Amo el fútbol con locura y es la pasión de mi vida. Sueño, vivo, siento y pienso en fútbol  demasiadas horas todos los días. Esta noche misma, cuando aún no se sabía nada a ciencia cierta, soñé que jugaba al fútbol con la Reina de Inglaterra, y que era entrenador y enganche del equipo. Un sueño promedio nada más. Para alguien así, encontrar, en mi aventura tras el fútbol de Pep Guardiola, al que hoy es mi equipo favorito de todos los tiempos, y mi entrenador favorito de la historia, no es una nimiedad. Desandando sus pasos encontré al Dream Team, encontré a Cruyff, encontré al Ajax de van Gaal, y a la generación holandesa que había marcado mi afición por el fútbol en mundial y Eurocopa. Y no se detuvo ahí. Multitud de equipos que no disfruté en vida, pero que siento míos gracias a Guardiola,  formas de jugar, y de sentir, que hoy hago mías por adopción. No había ocurrido nada y Guardiola ya me había dado tanto.

Y también lo leía. Leía sus columnas en dónde fuese que las publicaran, leía las cosas que se habían escrito sobre él, Valdano y Trueba en la cabecera, y leía las que él había escrito sobre los demás; leía lo que decía en cualquier entrevista; leía lo que decían otros en entrevistas. Y volvía una y otra vez a los partidos que tenía de él, y de Cruyff, de Koeman, de Laudrup y Romário;  y de van Gaal, de Kluivert, Rivaldo, Figo y Frank de Boer.

Amó el fútbol y descubrir a Guardiola redefinió mi forma de entenderlo, de verlo, de amarlo, de pensarlo, de sentirlo, de vivirlo y de soñarlo. A través de él los encontré a todos, de una forma u otra, los que han moldeado el fútbol en mi cabeza y corazón. Eso, para mí, fue su paradigma, mi paradigma Guardiola particular.

Y un día, el Barcelona de Rijkaard se terminó de terminar, y Guardiola llegó y, sin titubeos, dijo adiós a Ronaldinho, Deco y Eto’o. Era el inicio de algo nuevo, algo distinto y algo que, dados los precedentes, me iba a enamorar. Para mi iba a ser como tomar el DeLorean del Dr. Brown y volver al pasado sin pisar el acelerador porque, lo que pasaba en realidad, es que ellos eran los que aceleraban y volvían al futuro para encantarme a mi y a tantos otros. Gallina de piel, dientes largos e ilusión de niño.


Ese verano de 2008, recuerdo leer, como leía desde un tiempo atrás, a quién hoy considero amigo gracias al fútbol (¿Gracias a Guardiola?), un artículo llamado “Guardiola sí, pero con matices”, en los que él, haciendo uso de toda la literatura que rodeaba la figura del imborrable “4”, describía lo que, seguramente, iba a ser el Barça de Guardiola a nivel conceptual. En ese artículo Matías Manna, el del blog que me sirvió para enterarme de todo, declaró que Abel lo había plagiado. Obviamente no fue así porque lo que Abel escribió ese día lo sabíamos todos, lo esperábamos todos. Que Manna también haya pensado y escrito lo mismo sólo era señal de unanimidad sobre lo que nos esperaba, que iba a ser grande, mágico y especial. Ninguno se imaginó que iba a ser tan grande, tan mágico y especial.

Pasaron cuatro años, un ciclo de vida institucional en fútbol, y demasiadas cosas acontecieron, quizás vimos al mejor equipo que alcancemos a ver en nuestra vida, y espero que aún me queden muchos años, vimos ascender al quizá mejor jugador de la historia de este deporte, vimos finales, duelos históricos, partidos de leyenda, jugadas bellísimas repetirse una tras otra en nuestra retina… Vivimos fútbol, muchísimo, del grande, del emocionante, del legendario y yo… ¡No me enamoré!




Sí, no me enamoré de lo que sucedió en estas cuatro temporadas que no olvidaré nunca. No me enamoré de algo que había empezado a amar antes de que empezara. No me enamoré de los viajeros del DeLorean porque nunca viajaron. Ni volver al pasado, ni volver al futuro. Pep fue otra cosa. Fue algo único y que no se volverá a repetir, fue vibrante y fue el mejor; sin embargo, personalmente, yo aún lo espero, porque sé que es demasiado bueno y genio para que no me enamore nunca de sus equipos.

Las razones de la tragedia, o tragicomedia, que resultó ser la era Pep en Barcelona, en la esfera absolutamente personal, son varias y ninguna en especial. Esperaba muchas cosas y Pep fue alguien distinto. Me dirán que ahí estaba todo: El juego de posición, la salida desde atrás, los triángulos, la defensa con el balón, los pases hacía atrás, la presión, el ‘9’ que juega de espaldas y junta al equipo, etc, e incluso el 3-4-3 y los extremos estuvieron. Pero algo era diferente.

He encontrado entre mis largas reflexiones y charlas con amigos, que quizá fue el pragmatismo. Ver a Pep rendirse una y otra vez ante la realidad de las cosas, tomar decisiones prácticas y efectivas que incluso cambiaban lo planeado, lo ideal que Pep tenía en su cabeza y que, seguramente, nunca vimos por muchísimos motivos, fue el gran vacío. Quizá fue que ganaran tantas cosas.

No lo sé y no quiero mentir. Puede que yo quisiera muchas cosas, pero eso no era lo importante. Es innegable que me divertí, que disfruté, que me quedé encantado muchas veces y que hubo demasiados partidos en los que salí sonriendo, con esa sensación de paz  y tranquilidad que da la felicidad pura. La última vez aquel día contra el Atlético.

Ahora que acabó,  y que todo empieza de nuevo, hay mucha ilusión (¡Que magnífico sentimiento es la ilusión!) y ganas por ver que hará en otro lugar – Porque seguirá entrenando, ama demasiado el fútbol y la vocación como para dejar de hacerlo - , pero, sobre todas las cosas, hay agradecimiento por lo vivido. Por Messi, por Xavi, por Iniesta, por Piqué, por Valdés, por Alves, por Busquets, por Pedro, por Henry, por Cesc, por Cuenca, por Tello, por Keita, por Abidal, por Puyol, Por Márquez, por Mascherano, incluso por Ibra, por Bojan o Chygrinski. Por lo que quiso hacer y no hizo, por lo que quiso hacer e hizo, por lo que no quiso hacer e hizo. Por Roma, por Wembley, por los clásicos, por el 2-2 ante el Arsenal, por la goleada al Bayern, por Noviembre, Diciembre y Enero. Por todo eso y más… ¡Gracias Pep!

Te esperamos. Te espero.

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