De niño le veía jugar por la TV, y estaba más familiarizado con
los nombres que escuchaba por que los había oído o visto en el mundial, o bien,
en algún videojuego, que por lo que en realidad hacían día a día en sus clubes.
Eran los años en que empezaba de verdad a ver fútbol de forma sacramental. Me
interesaba, sobre todo, la liga argentina. No tenía muchos años y ya había
decidido que me gustaba River, me gustaba Aimar, me gustaba Saviola y no odiaba
a Boca porque me sentía hipnotizado por uno de sus jugadores… Y porque en su
equipo había tres colombianos. Era aún muy pequeño, y el fútbol europeo lo
conocería después.
Con Guardiola volvería encontrarme en mi adolescencia. Era un
yonki del fútbol, sabía el nombre de una cantidad de jugadores, equipos,
entrenadores y hasta árbitros inimaginable y veía un montón de partidos de
todos lados y épocas. Guardiola llegó a México tras un retiro espiritual en
Qatar. Su llegada causó conmoción, cómo no, y, aunque sólo lo vi un par de
veces, tampoco jugó mucho, quedé prendado para siempre. Fue como si la
adoración ya existiera, pero estuviese esperando algún acontecimiento para
despertar.
Descubrir que adoraba a Pep Guardiola fue un acontecimiento que
cambió mi vida y no exagero. Amo el fútbol con locura y es la pasión de mi
vida. Sueño, vivo, siento y pienso en fútbol demasiadas horas todos los días. Esta noche misma, cuando
aún no se sabía nada a ciencia cierta, soñé que jugaba al fútbol con la Reina
de Inglaterra, y que era entrenador y enganche del equipo. Un sueño promedio
nada más. Para alguien así, encontrar, en mi aventura tras el fútbol de Pep
Guardiola, al que hoy es mi equipo favorito de todos los tiempos, y mi
entrenador favorito de la historia, no es una nimiedad. Desandando sus pasos
encontré al Dream Team, encontré a Cruyff, encontré al Ajax de van Gaal, y a la
generación holandesa que había marcado mi afición por el fútbol en mundial y
Eurocopa. Y no se detuvo ahí. Multitud de equipos que no disfruté en vida, pero
que siento míos gracias a Guardiola,
formas de jugar, y de sentir, que hoy hago mías por adopción. No había
ocurrido nada y Guardiola ya me había dado tanto.
Y también lo leía. Leía sus columnas en dónde fuese que las
publicaran, leía las cosas que se habían escrito sobre él, Valdano y Trueba en
la cabecera, y leía las que él había escrito sobre los demás; leía lo que decía
en cualquier entrevista; leía lo que decían otros en entrevistas. Y volvía una
y otra vez a los partidos que tenía de él, y de Cruyff, de Koeman, de Laudrup y
Romário; y de van Gaal, de
Kluivert, Rivaldo, Figo y Frank de Boer.
Amó el fútbol y descubrir a Guardiola redefinió mi forma de
entenderlo, de verlo, de amarlo, de pensarlo, de sentirlo, de vivirlo y de
soñarlo. A través de él los encontré a todos, de una forma u otra, los que han
moldeado el fútbol en mi cabeza y corazón. Eso, para mí, fue su paradigma, mi
paradigma Guardiola particular.
Y un día, el Barcelona de Rijkaard se terminó de terminar, y
Guardiola llegó y, sin titubeos, dijo adiós a Ronaldinho, Deco y Eto’o. Era el
inicio de algo nuevo, algo distinto y algo que, dados los precedentes, me iba a
enamorar. Para mi iba a ser como tomar el DeLorean del Dr. Brown y volver al
pasado sin pisar el acelerador porque, lo que pasaba en realidad, es que ellos
eran los que aceleraban y volvían al futuro para encantarme a mi y a tantos
otros. Gallina de piel, dientes largos e ilusión de niño.
Ese verano de 2008, recuerdo leer, como leía desde un tiempo
atrás, a quién hoy considero amigo gracias al fútbol (¿Gracias a Guardiola?),
un artículo llamado “Guardiola sí, pero con matices”, en los que él, haciendo
uso de toda la literatura que rodeaba la figura del imborrable “4”, describía
lo que, seguramente, iba a ser el Barça de Guardiola a nivel conceptual. En ese
artículo Matías Manna, el del blog que me sirvió para enterarme de todo,
declaró que Abel lo había plagiado. Obviamente no fue así porque lo que Abel
escribió ese día lo sabíamos todos, lo esperábamos todos. Que Manna también
haya pensado y escrito lo mismo sólo era señal de unanimidad sobre lo que nos
esperaba, que iba a ser grande, mágico y especial. Ninguno se imaginó que iba a
ser tan grande, tan mágico y especial.
Pasaron cuatro años, un ciclo de vida institucional en fútbol, y demasiadas
cosas acontecieron, quizás vimos al mejor equipo que alcancemos a ver en
nuestra vida, y espero que aún me queden muchos años, vimos ascender al quizá
mejor jugador de la historia de este deporte, vimos finales, duelos históricos,
partidos de leyenda, jugadas bellísimas repetirse una tras otra en nuestra
retina… Vivimos fútbol, muchísimo, del grande, del emocionante, del legendario
y yo… ¡No me enamoré!
Sí, no me enamoré de lo que sucedió en estas cuatro temporadas que no olvidaré nunca. No me enamoré de algo que había empezado a amar antes de que empezara. No me enamoré de los viajeros del DeLorean porque nunca viajaron. Ni volver al pasado, ni volver al futuro. Pep fue otra cosa. Fue algo único y que no se volverá a repetir, fue vibrante y fue el mejor; sin embargo, personalmente, yo aún lo espero, porque sé que es demasiado bueno y genio para que no me enamore nunca de sus equipos.
Las razones de la tragedia, o tragicomedia, que resultó ser la era
Pep en Barcelona, en la esfera absolutamente personal, son varias y ninguna en
especial. Esperaba muchas cosas y Pep fue alguien distinto. Me dirán que ahí
estaba todo: El juego de posición, la salida desde atrás, los triángulos, la
defensa con el balón, los pases hacía atrás, la presión, el ‘9’ que juega de
espaldas y junta al equipo, etc, e incluso el 3-4-3 y los extremos estuvieron.
Pero algo era diferente.
He encontrado entre mis largas reflexiones y charlas con amigos,
que quizá fue el pragmatismo. Ver a Pep rendirse una y otra vez ante la
realidad de las cosas, tomar decisiones prácticas y efectivas que incluso
cambiaban lo planeado, lo ideal que Pep tenía en su cabeza y que, seguramente,
nunca vimos por muchísimos motivos, fue el gran vacío. Quizá fue que ganaran
tantas cosas.
No lo sé y no quiero mentir. Puede que yo quisiera muchas cosas,
pero eso no era lo importante. Es innegable que me divertí, que disfruté, que
me quedé encantado muchas veces y que hubo demasiados partidos en los que salí
sonriendo, con esa sensación de paz
y tranquilidad que da la felicidad pura. La última vez aquel día contra
el Atlético.
Ahora que acabó, y
que todo empieza de nuevo, hay mucha ilusión (¡Que magnífico sentimiento es la
ilusión!) y ganas por ver que hará en otro lugar – Porque seguirá entrenando,
ama demasiado el fútbol y la vocación como para dejar de hacerlo - , pero,
sobre todas las cosas, hay agradecimiento por lo vivido. Por Messi, por Xavi,
por Iniesta, por Piqué, por Valdés, por Alves, por Busquets, por Pedro, por
Henry, por Cesc, por Cuenca, por Tello, por Keita, por Abidal, por Puyol, Por
Márquez, por Mascherano, incluso por Ibra, por Bojan o Chygrinski. Por lo que quiso
hacer y no hizo, por lo que quiso hacer e hizo, por lo que no quiso hacer e
hizo. Por Roma, por Wembley, por los clásicos, por el 2-2 ante el Arsenal, por
la goleada al Bayern, por Noviembre, Diciembre y Enero. Por todo eso y más…
¡Gracias Pep!
Te esperamos. Te espero.
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