Los odio porque se han robado lo que más quiero. Han
secuestrado el fútbol, le han quitado azar y han terminado desafiando todo lo
escrito en los últimos 100 años sobre este deporte. Da igual que en la final
hayan practicado mucho mejor fútbol de lo que han hecho en los últimos cuatro
años. Da igual que jugaran partidos terribles durantes años, llevando lo
ilógico y antinatural al extremo, porque ganaban siempre. Odio el fútbol de la
España de Del Bosque, que no de la de Aragonés, porque convierte en falsa la
máxima que hace de este deporte bello, justo y poético. Aunque suene irónico
decirlo después de su mejor partido, la España de Vicente nos lleva cuatro años
diciendo que al fútbol no gana el que mejor juegue.
La soberbia es una virtud elevada, contrario a lo que
se piensa hoy día. El ser soberbio es un convencido de sus virtudes, conoce sus
defectos y es lo suficientemente inteligente para aceptar ambos y sacar
provecho de los primeros, y esconder los segundos. España es un equipo
soberbio, que no de juego soberbio, el cual sólo se vio en pocas oportunidades
en la era Del Bosque, lo cual no es malo. Si la soberbia es virtud elevada del
ser humano, también lo es, por consiguiente, para los jugadores y los equipos
de fútbol. Todos los grandes equipos de la historia han sido soberbios, todos
los grandes jugadores lo son y lo han sido. Para ser el mejor es necesario.
España llevó el concepto más allá y, desde mi punto de vista, subjetivo y
profundamente idealista, rompió los límites que la esfera fútbol había puesto
como especie de “check and balance”
auto-regulador que controlaba sus vicios y potenciaba sus colosales
virtudes.
Si bien es cierto que la Euro 2012 enfrentó en la
final a, seguramente, los dos mejores equipos del torneo, y visto así, el
triunfo de España no es nada transgresor de esa burbuja autoreguladora, el tema
en realidad va mucho más allá. Así España hubiese jugador un partido calcado a
su francamente mala actuación ante Croacia, hubieran ganado. Lo hubieran hecho,
incluso, aunque Pirlo y Cassano hubieran rejuvenecido a 2004 o 2005. Es la
misma historia de siempre. Desde el pitido final en 2008, España es soberbia,
y, gracias a lo hecho por Pep Guardiola, Florentino Pérez y José Mourinho, sus
jugadores han llegado a convertir esa virtud en una tiranía. Todos caen
subyugados ante España más allá de que juegue mal, bien o brillantemente porque
en la mente de los españoles está, reconocido como un hecho inapelable, que son
no sólo mejores, sino superiores, y en la mente de los rivales esa superioridad
también es notoria. Desde 2008 a 2012, España, o alguno de sus clubes, han
ganado prácticamente todo. Su bloque fuerte está conformado por jugadores del
mejor equipo de la historia, y de jugadores que han tenido la misión de luchar
contra los mejores… Y han ganado algunas veces. Son super soldados
acostumbrados a un grado de competitividad sin parangón, al menos en la
historia de este deporte, desconozco en los otros, aunque me costaría creer que
hay símil.
Analizar futbolísticamente a España es innecesario,
improcedente y absurdo. Durantes años jugaron un fútbol de problemas endémicos
que harían sonrojar a cualquier entrenador… Pero ganaron. Hoy ya ni siquiera
está la excusa de la posesión interminable como método todopoderoso que los
hacía invencibles. A Italia la humillaron sin ella. España no se entiende desde
el fútbol porque los de Del Bosque han llevado este deporte a otra esfera,
mucho más humana, es decir, a una esfera llena de miedo, duda, inseguridad y
falta de convicción. En España esos conceptos son ajenos, extraños,
inexistentes. Están por fuera y por encima de ello. Mientras los demás equipos
se convierten en fieles copias de Clark Kent, España es Superman y ahí no hay
color.
El fútbol nouscentrico, aquel que basa su poder en la
mente humana y el control y desarrollo de las emociones, en lugar de aparatos
futbolísticos convencionales pertenecientes al mundo ideal, esa esfera
autoreguladora, ya existía. España ha hecho de él una tiranía legendaria, entre
otras cosas, porque con este equipo pasa que, aunque vestidos de rojo no lo
demuestren muchas veces, aquello que en sus mentes se dibuja es cierto: Son los
mejores.
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